miércoles, 9 de marzo de 2016

Centímetro a centímetro, recuerdo a recuerdo

Amaneció. Pero no como amanece el resto de los días. Su corazón sentía un vacío, su realidad era gris. La cabeza le daba mil vueltas, no recordaba qué había sucedido. Se sentó al borde de la cama y tomó aire. Solo sería un mal despertar, una mala noche no es nada fuera de lo común, o eso pensaba.

Se levantó y procuró seguir su rutina diaria, pero sentía que algo se lo impedía. No tenía fuerzas, arrastraba los pasos como quien se dirige a su sentencia final. No entendía nada. Se miró en el espejo y entonces se dio cuenta de algunas cosas. No era el día lo que era gris, no estaba nublado, no. Había perdido el color, la razón que pintaba de alegría su vida había desaparecido y había dejado un profundo y doloroso vacío en su pecho, una niebla en su mente, una ceguera de la emoción. Y al verse en el espejo vio que ese vacío no era una metáfora como en los poemas de desamor, era un vacío real: ya no estaba su corazón.

Echaba en falta más cosas en su vida, en aquel apartamento que ahora era un lugar frío. Faltaba una esencia, su esencia. Caminaba por los pasillos desorientada, como quien llega a una ciudad por primera vez. Sentía el agobio de quien se encuentra en una calle repleta de gente, pero estaba sola. Caminaba con los ojos en el suelo, la mirada en la nada, la mente en todo. Cada centímetro que recorría del que había sido su hogar era un centímetro de olvido. Las imágenes, los recuerdos, todo iba desapareciendo como habían desaparecido las cosas de quien ya no estaba allí. Centímetro a centímetro, recuerdo a recuerdo, se alejaba de sí misma y se convertía en alguien a quien no conocía.

Poco a poco fue asumiendo su nueva y gris realidad, su vacío existencial, su falta de pulso después de que le hubieran arrancado el corazón. No quiso creer a quien le dijo que sólo servía de repuestos para la gente, no supo aceptar que la habían diseñado y no creado para servir a los demás. Se había negado durante toda su vida a aceptar que era un androide, quería y creía ser una persona y vivir como tal. Hasta aquel día, aquel día todo cambió.

Había vivido una mentira los últimos meses. No era lo mismo mentirse a ella misma que alguien le hiciese creer que su mentira era verdad, que era el mundo quien mentía al decirle que no era una persona, que merecía vivir como lo que era y no entre esas cuatro paredes. Merecía ser querida. Y ella lo creyó. Entregó su corazón a quien le había dado esperanzas, había leído mil veces aquello en historias de amor y estaba segura de que esa era la persona adecuada. Pero ella no era humana, y su corazón tenía otro tipo de valor. Y él aquel día desapareció. Ya no despertó a su lado, ya no había pruebas en el apartamento de lo que había nacido entre esas cuatro paredes. Ya no había pruebas de la existencia de ninguno de los dos. Había sido utilizada, engañada y lo peor de todo y lo que más le dolía: olvidada. Él se lo había llevado todo y ni siquiera dijo adiós.

Amaneció, sí, pero ella no volvió a ver salir el sol.

martes, 18 de agosto de 2015

James Carter, cazatesoros. El Templo de las Lágrimas de Itzamná (Parte 2)

Aquel templo era con lo que siempre había soñado, y por una vez veía posible que los sueños se hicieran realidad. Al poner por primera vez el pie sobre el suelo sagrado, la piel de James se erizó y un suspiro de emoción se escapó de su boca. Fue caminando acompañado de unas paredes que llevaban mucho tiempo dormidas y que parecían susurrar algo como recibimiento al inesperado visitante. James contemplaba atónito cada centímetro de aquellos murales tan coloridos, quedó maravillado ante tal descubrimiento, pero aún quedaba el mayor de los tesoros por descubrir. Según sus investigaciones, el cazatesoros había descubierto que en el templo de las lágrimas de Itzamná guardaba un enorme tesoro.

La leyenda decía que en aquel templo había una cámara central en la que había múltiples estantes con pequeños frascos de cristal que contenían las lágrimas que Itzamná derramaba por cada uno de los mortales. Dichos frascos se iban vaciando según se iba acercando el fin de esa persona y al quedar vacío, su nombre se borraba y aparecía el de un nuevo ser humano recién nacido. Si alguien llegaba a la cámara central y vaciaba alguno de los frascos, la persona a la que le correspondía el frasco moría, por ello solo los más privilegiados jefes tenían la autorización de los sacerdotes para entrar. Algunos de ellos, decidieron robar su frasco para que no se vaciase y así poder vivir eternamente y ese era el objetivo de James: hacer ver que su creencia en esta leyenda no era en vano y lograr una vida más duradera para él y los suyos.

A cada paso que daba, su pulso y su respiración se agitaban más y más. Guiado por la luz de su antorcha moderna, también llamada linterna, atravesaba los pasillos de aquel oscuro lugar. De repente, la tecnología le falló y su linterna se quedó sin carga. Solo quedaban él y una abrumadora e inquietante oscuridad. Vagaba a ciegas peligrosamente por un templo en el que podía ser asaltado en cualquier momento por una trampa mortal, sin embargo el miedo a la muerte no le frenó ante la posibilidad de alcanzar la inmortalidad.

Y en un instante, la oscuridad se convirtió en una brillante e intensa luz acompañada de un gran estruendo que hizo que James se estremeciera y no pudiera evitar cerrar con fuerza los ojos. Al abrirlos de nuevo, James se descubrió en un lugar muy familiar para él.

Una veintena de ojos le contemplaban fijamente, esperando su reacción. Se centró principalmente en la mirada llena de ira que se encontraba a medio metro de él. No era la primara vez que sentía esa mirada. Era la mirada del viejo profesor Robert Thompson, daba clase de Historia a James en el Instituto Oakley, lugar en el que se encontraba y que no había abandonado en ningún momento. La voz del señor Thompson le había llevado a caer en los brazos de Morfeo como había ocurrido con más frecuencia de la que a James le gustaría admitir. Avergonzado, James se acomodó en su pupitre, disculpándose por su comportamiento e instando al profesor a que continuase con la lección.

La clase continuó y James siguió pensando en su sueño de convertirse en un gran arqueólogo y descubrir algún día un templo tan inquietante y asombroso como el de Itzamná. Hasta que llegase aquel día, el joven James Carter seguiría soñando, porque los sueños son algo maravilloso a lo que no se debe renunciar.

domingo, 20 de abril de 2014

James Carter, cazatesoros. El Templo de las Lágrimas de Itzamná (Parte 1)

Ante sus ojos se encontraba al fin el Templo de las Lágrimas de Itzamná. El cazatesoros James Carter estaba al fin frente a ese templo maya que llevaba años estudiando y buscando su ubicación. Los ojos de James brillaban ante la emoción de contemplar ese edificio camuflado entre frondosas y abundantes plantas tropicales en aquel lugar perdido de la jungla del Amazonas. El templo presentaba cierto deterioro después de tantos años, pero parecía que había aguardado la llegada de aquel cazatesoros, como si el dios del cielo Itzamná lo hubiese conservado hasta su llegada.

James se abrió paso entre la frondosidad de la flora con su machete para poder llegar hasta la entrada del templo. La humedad de aquel lugar hacía que la ropa del joven cazatesoros estuviese empapada en sudor. James contempló el enorme portón que se encontraba ante él mientras pegaba un trago a su cantimplora. Había un mecanismo de varias palancas con una doble función. Por un lado la combinación correcta abría la entrada del templo, pero un solo error activaba un mecanismo de poleas que haría caer sobre él un enorme bloque de piedra que lo aplastaría y cerraría el templo para siempre.

La presión del momento se desvanecía en la mente de James, había anhelado la llegada de ese momento durante tanto tiempo, había preparado la expedición con tal minimalismo que la idea de que algo saliese mal ni siquiera se encontraba entre las posibilidades que se barajaban entre los pensamientos del joven.

Cogió aire y se dispuso a analizar con mayor detenimiento las seis palancas que tenía ante sus ojos. Sobre ellas se encontraba una especie de jeroglífico incompleto. James había estudiado la escritura y simbología maya durante varios años. Tradujo lo que ponía en éste y buscó las posibles soluciones entre las seis palancas. Solo había dos que abrían la puerta. La primera la tuvo clara nada más verla, así que con mucho cuidado bajó la segunda palanca contando desde la izquierda. En ese momento escuchó detrás del portón que un mecanismo se accionaba. Miró sobre su cabeza pero la enorme piedra no se movió. Había acertado con la primera de las palancas. Sin embargo la segunda dudaba entre las dos últimas palancas de la derecha. Tenían un símbolo bastante parecido y los dos podrían adaptarse al jeroglífico. Como por significado no podía averiguar de cual de las dos se trataba decidió observar detenidamente las dos palancas. No podía dejar una decisión tan importante al azar, debía haber alguna señal que le ayudase a decidirse. Vio que una de las dos palancas estaba un poco más desgastada que la otra. James cogió esa palanca y la bajó. El enorme portón comenzó a abrirse lentamente para abrirle paso hacia su interior. James se adentró en él con paso firme pero cauteloso, ya que era consciente de que el dios Itzamná era honrado con cuantiosas y valiosas ofrendas pero era protegido por los mayas con peligrosas trampas para evitar la entrada de intrusos. La aventura de James Carter acababa de empezar.

jueves, 21 de noviembre de 2013

La atracción de tu vida (El retorno de La Sombra)

Muchas veces la vida se compara con una montaña rusa. Es un circuito cerrado con subidas, bajadas, giros y muchas vueltas. Cada montaña rusa es diferente, tiene sus matices que la hace única, pero todas son montañas rusas al fin y al cabo, con sus railes y sus vagonetas. Es un buen símil, muy acertado. Y pensando en comparaciones de la vida con atracciones de feria o de parque de atracciones se me ocurrió la lanzadera.
Llegué a la conclusión de que la vida a veces es como una lanzadera, una atracción de vértigo, para valientes. Cuando te sientas tienes miedo, estas nervioso y dudas de si has hecho bien en montarte. Y justo cuando estas a punto de levantarte para bajarte se abrocha el cinturón. Y ya no hay marcha atrás, solo puedes seguir adelante y disfrutar al máximo de la experiencia.
Esperas la subida, pero aunque sabes que se va a producir, te pilla desprevenido. Cierras los ojos y en un grito ahogado te das cuenta de que estas en lo más alto. Es increíble, estás arriba, en la cima y desde ahí lo puedes ver todo. Te sientes el rey del mundo, nadie te puede pisar. El corazón te va a mil por hora y parece que se te va a salir del pecho. Mientras, en tu estómago se produce un cosquilleo y tu cara expresa felicidad pero también cierto miedo. En ese momento sabes que te tocara bajar de nuevo en cualquier momento y de repente estas en caída libre. Y cuando te quieres dar cuenta has ido frenando poco a poco y vuelves a estar abajo.
Cuando te vas estas eufórico, lleno de adrenalina, pero instantes después piensas en lo pequeño que eres abajo y la grandeza que se sentía en lo alto. Y ahí te das cuenta de que todo sigue igual, pero al mismo tiempo todo ha cambiado.
Lanzaderas...

miércoles, 3 de julio de 2013

Novela. Capítulo 1

Ha sido un gran verano, inolvidable sin duda alguna. Playa, piscina, sol, calor, y todo en compañía de las personas que más me importan en este mundo: mi familia y mis amigos. No he parado en ningún momento, ha sido agotador y relajante al mismo tiempo. Pero el verano ha llegado a su fin y hoy es el primer día de clase, y no es un primer día cualquiera, es el primer día de mi etapa como universitaria.

La Universidad… Parece ayer mismo cuando estaba en Primaria o cuando iba al instituto. Se acabó la enseñanza generalizada, hoy comienzo a estudiar centrándome en mis pasiones y en todo lo que más me gusta: el periodismo.

Desde pequeña me ha fascinado ver a los corresponsales de los informativos en otros países, investigando, buscando la actualidad, al acecho de noticias frescas que causen sensación entre el público y tratando de mostrar cómo es el mundo en el que vivimos.
También me han apasionado desde pequeña los idiomas. Desde los jeroglíficos del antiguo Egipto hasta el sonido armonioso y cautivador del italiano, todos me han parecido curiosos y dignos de aprender, aunque domine solo unos pocos.
Yo creo que mis pasiones se pueden agrupar en una que las reúne a todas: las letras.

Estoy nerviosa, pero no son nervios negativos, al contrario. Estoy emocionada, feliz, con una sonrisa que no se me borra de la cara y cierto cosquilleo en el estómago.
La Universidad a la que voy cumple con las expectativas que me habían creado las películas americanas. No hay animadoras por todas partes pero no es algo en lo que me centre precisamente.
Esta compuesta por tres grandes edificios. El principal tiene una fachada de ladrillo anaranjado con signos de deterioro por la exposición a los factores climatológicos y tiene un gran letrero en el que pone “Universidad de Madrid: Facultad de Periodismo”.
Alrededor de los edificios hay jardines extensos con césped y altos árboles que invitan a sentarte con un refresco y buena compañía en días calurosos como este a mediados de Septiembre.
En la parte posterior hay unas pistas de atletismo no muy grandes, dos campos de fútbol muy bien cuidados y una cancha de baloncesto con canastas nuevas.

Inspiro profundamente, me relajo y entro por esa puerta de cristal del edificio principal. Por los pasillos caminan un montón de estudiantes, la mayoría de mi edad aproximadamente. Es un día emocionante tanto para los veteranos como para novatos como yo. Unos se reencuentran con sus amigos y otros buscan la secretaría para recoger su horario y saber cual es su habitación. Eso mismo me dispongo a hacer yo.
Encuentro la secretaría rápidamente, está a la vista y bien indicada. Una señora bastante mayor con gafas y muy amable me pide mi nombre para localizar mi horario y las llaves de la habitación que compartiré con otra chica. Me entrega una gran carpeta de color amarillo con el logotipo de la Universidad con una sonrisa sincera.
En la carpeta están todos los documentos, normas, listas de materiales, horarios de zonas comunes, mi horario de clases y la llave de mi “humilde morada” universitaria.

Salgo ya del edificio principal y voy al edificio del ala este, donde están las habitaciones de las chicas. Según la llave y según me ha dicho la secretaria compartiré habitación con una chica de origen canadiense llamada Helen. El baño lo compartimos con otra habitación. Cuatro chicas y un solo baño… parece un reto interesante.

Al fin llego a mi habitación: Habitación número 82. Abro con mi llave la puerta y observo que en la habitación hay una chica pelirroja de melena rizada y de tez pálida y pecosa. Viste sencilla, con unos vaqueros pitillos y manoletinas a juego con una blusa de color rosa palo de tirantes. Al verme entrar, la chica de ojos marrones se acerca hacia mi con elegancia y una sonrisa.

-¡Hola! Tu debes ser mi compañera. Mi nombre es Helen, encantada de conocerte.

-Hola Helen, encantada. Yo soy Alba. Eres canadiense, ¿verdad? O eso me han dicho en secretaría.

-Si, podría decirse. Mi madre es de Toronto, pero mi padre es español, de aquí de Madrid.

Esta chica parece una gran persona y su sonrisa cálida te contagia. Creo que llegaremos a ser grandes compañeras.

La tarde se nos ha pasado volando mientras nos instalábamos y nos conocíamos mejor. Hemos congeniado bien las inquilinas de la pequeña habitación verde número ochenta y dos.

viernes, 29 de marzo de 2013

Novela: Prólogo

Abrí los ojos lentamente, la luz de la sala era cegadora. Cuando por fin enfoqué mi vista me descubrí en una camilla de sábanas blancas, en un cuarto de color mandarina, con una ventana amplia a través de la que se veía la fachada de un edificio antiguo con numerosas ventanas iguales que las de mi habitación. Había un olor ciertamente desagradable, un olor a enfermo y a medicamentos que intentaba ser camuflado con un ambientador de vainilla que resultaba demasiado empalagoso. Miré a mi izquierda y descubrí que mi brazo estaba repleto de tubos, cables y vías que me conectaban con sueros y máquinas de todos los tamaños y formas. Delante tenía una antigua televisión, un armatoste cuadrado y polvoriento del que colgaba un cartelito en el que ponía "NO FUNCIONA".
Sentí un repentino y agudo dolor de cabeza, y justo en ese momento entró una enfermera, que al verme despierta se marcho corriendo y reclamando en voz alta la presencia del doctor. Un instante después entraron en esa habitación la alterada enfermera y el calmado y sonriente doctor. Ese doctor era bastante joven, muy alto, con el pelo negro como el carbón que contrastaba con su tez pálida de rasgos duros pero amables. Su mirada era firme, serena y esos ojos verdosos daban paz y confianza a todo aquel que los mirase. La enfermera se marchó y se la escuchaba hablar con alguien que estaba tras esa puerta de madera ciertamente carcomida por el tiempo.
Mientras tanto, el doctor se dirigió hacia mi, comprobó no sé el qué en las máquinas, pero parecía que todo estaba correcto. A continuación, me dedicó una sonrisa y comenzó a hablarme...

-¡Hola Alba! Estas en el Hospital General de Madrid, llevas un mes inconsciente y parece ser que acabas de despertar. Ingresaste debido a que tuviste un accidente, nadie vio nada, era de noche y te encontraron unos chicos tirada en la calle. Puede que no recuerdes lo que pasó, pero poco a poco esperamos que vayas recordando lo que sucedió aquel día. Ahora sólo necesitas descansar para recuperarte. Tu familia está fuera, están muy nerviosos, así que no conviene que pasen a verte. Cuando estén más calmados y tu hayas descansado podrás estar con ellos. Duerme un poco.

Yo simplemente asentí con la cabeza y solté un "Gracias" tan bajito que el viento se lo llevó. Volvía a estar sola, sola con mis pensamientos, esas máquinas, una televisión estropeada y mi dolor de cabeza.
No me apetecía dormir, quería saber que había pasado, por qué estaba en ese hospital, pero como había dicho el doctor, todo estaba borroso. Puse toda mi fuerza en recordar, pero mi mente era una nube en la que no se podía distinguir nada. Poco a poco la nube que era mi mente se iba despejando y logré acordarme de algo. Para ello me remonté seis meses antes del accidente misterioso, el mes de Septiembre, cuando comenzaba mi primer año en la facultad de periodismo.

lunes, 11 de marzo de 2013

Que tu voz no se convierta en un simple eco de tu mente

En la vida te llamaran de muchas maneras diferentes, recibirás múltiples calificativos. Algunos de estos adjetivos que te apliquen serán injustos, otros serán los apropiados. Te insultarán, te menospreciarán, te harán sentir mal, te intentarán hacer parecer inferior a lo que son ellos y a lo que realmente tú eres. Otras personas te elogiarán, te pondrán en un altar, te harán engordar de felicidad o harán que tu ego aumente.
Sea cual sea tu situación, no dejes que los demás sean los que califiquen tu vida, no dejes que sean otros los que escriban tu historia, no dejes que su voz respecto a cómo eres o qué eres sea superior a la tuya y la deje en un simple eco, es tu vida, tú decides cómo calificarla... ¡Tú escribes tu historia! Te pueden definir cómo quieran, no muestran cómo eres tu, simplemente muestran algo de sí mismos, bien lo que son, lo que les gustaría ser o cómo creen que deberían ser. Tú eres alguien único y te debe ser indiferente lo que digan acerca de ti, lo realmente importante es que seas como quieres ser y que seas feliz con ello.
Sé tu mismo, busca estar a gusto contigo mismo y con lo que haces y ya habrás hecho algo de progreso en la vida, un gran progreso que no todos alcanzan.