viernes, 29 de marzo de 2013

Novela: Prólogo

Abrí los ojos lentamente, la luz de la sala era cegadora. Cuando por fin enfoqué mi vista me descubrí en una camilla de sábanas blancas, en un cuarto de color mandarina, con una ventana amplia a través de la que se veía la fachada de un edificio antiguo con numerosas ventanas iguales que las de mi habitación. Había un olor ciertamente desagradable, un olor a enfermo y a medicamentos que intentaba ser camuflado con un ambientador de vainilla que resultaba demasiado empalagoso. Miré a mi izquierda y descubrí que mi brazo estaba repleto de tubos, cables y vías que me conectaban con sueros y máquinas de todos los tamaños y formas. Delante tenía una antigua televisión, un armatoste cuadrado y polvoriento del que colgaba un cartelito en el que ponía "NO FUNCIONA".
Sentí un repentino y agudo dolor de cabeza, y justo en ese momento entró una enfermera, que al verme despierta se marcho corriendo y reclamando en voz alta la presencia del doctor. Un instante después entraron en esa habitación la alterada enfermera y el calmado y sonriente doctor. Ese doctor era bastante joven, muy alto, con el pelo negro como el carbón que contrastaba con su tez pálida de rasgos duros pero amables. Su mirada era firme, serena y esos ojos verdosos daban paz y confianza a todo aquel que los mirase. La enfermera se marchó y se la escuchaba hablar con alguien que estaba tras esa puerta de madera ciertamente carcomida por el tiempo.
Mientras tanto, el doctor se dirigió hacia mi, comprobó no sé el qué en las máquinas, pero parecía que todo estaba correcto. A continuación, me dedicó una sonrisa y comenzó a hablarme...

-¡Hola Alba! Estas en el Hospital General de Madrid, llevas un mes inconsciente y parece ser que acabas de despertar. Ingresaste debido a que tuviste un accidente, nadie vio nada, era de noche y te encontraron unos chicos tirada en la calle. Puede que no recuerdes lo que pasó, pero poco a poco esperamos que vayas recordando lo que sucedió aquel día. Ahora sólo necesitas descansar para recuperarte. Tu familia está fuera, están muy nerviosos, así que no conviene que pasen a verte. Cuando estén más calmados y tu hayas descansado podrás estar con ellos. Duerme un poco.

Yo simplemente asentí con la cabeza y solté un "Gracias" tan bajito que el viento se lo llevó. Volvía a estar sola, sola con mis pensamientos, esas máquinas, una televisión estropeada y mi dolor de cabeza.
No me apetecía dormir, quería saber que había pasado, por qué estaba en ese hospital, pero como había dicho el doctor, todo estaba borroso. Puse toda mi fuerza en recordar, pero mi mente era una nube en la que no se podía distinguir nada. Poco a poco la nube que era mi mente se iba despejando y logré acordarme de algo. Para ello me remonté seis meses antes del accidente misterioso, el mes de Septiembre, cuando comenzaba mi primer año en la facultad de periodismo.

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