James se abrió paso entre la frondosidad de la flora con su
machete para poder llegar hasta la entrada del templo. La humedad de aquel
lugar hacía que la ropa del joven cazatesoros estuviese empapada en sudor.
James contempló el enorme portón que se encontraba ante él mientras pegaba un
trago a su cantimplora. Había un mecanismo de varias palancas con una doble
función. Por un lado la combinación correcta abría la entrada del templo, pero
un solo error activaba un mecanismo de poleas que haría caer sobre él un enorme
bloque de piedra que lo aplastaría y cerraría el templo para siempre.
La presión del momento se desvanecía en la mente de James, había anhelado la llegada de ese momento durante tanto tiempo, había preparado la expedición con tal minimalismo que la idea de que algo saliese mal ni siquiera se encontraba entre las posibilidades que se barajaban entre los pensamientos del joven.
Cogió aire y se dispuso a analizar con mayor detenimiento las seis palancas que tenía ante sus ojos. Sobre ellas se encontraba una especie de jeroglífico incompleto. James había estudiado la escritura y simbología maya durante varios años. Tradujo lo que ponía en éste y buscó las posibles soluciones entre las seis palancas. Solo había dos que abrían la puerta. La primera la tuvo clara nada más verla, así que con mucho cuidado bajó la segunda palanca contando desde la izquierda. En ese momento escuchó detrás del portón que un mecanismo se accionaba. Miró sobre su cabeza pero la enorme piedra no se movió. Había acertado con la primera de las palancas. Sin embargo la segunda dudaba entre las dos últimas palancas de la derecha. Tenían un símbolo bastante parecido y los dos podrían adaptarse al jeroglífico. Como por significado no podía averiguar de cual de las dos se trataba decidió observar detenidamente las dos palancas. No podía dejar una decisión tan importante al azar, debía haber alguna señal que le ayudase a decidirse. Vio que una de las dos palancas estaba un poco más desgastada que la otra. James cogió esa palanca y la bajó. El enorme portón comenzó a abrirse lentamente para abrirle paso hacia su interior. James se adentró en él con paso firme pero cauteloso, ya que era consciente de que el dios Itzamná era honrado con cuantiosas y valiosas ofrendas pero era protegido por los mayas con peligrosas trampas para evitar la entrada de intrusos. La aventura de James Carter acababa de empezar.