Amaneció. Pero no como amanece el resto de los días. Su
corazón sentía un vacío, su realidad era gris. La cabeza le daba mil vueltas,
no recordaba qué había sucedido. Se sentó al borde de la cama y tomó aire. Solo
sería un mal despertar, una mala noche no es nada fuera de lo común, o eso
pensaba.
Se levantó y procuró seguir su rutina diaria, pero sentía
que algo se lo impedía. No tenía fuerzas, arrastraba los pasos como quien se
dirige a su sentencia final. No entendía nada. Se miró en el espejo y entonces
se dio cuenta de algunas cosas. No era el día lo que era gris, no estaba
nublado, no. Había perdido el color, la razón que pintaba de alegría su vida
había desaparecido y había dejado un profundo y doloroso vacío en su pecho, una
niebla en su mente, una ceguera de la emoción. Y al verse en el espejo vio que
ese vacío no era una metáfora como en los poemas de desamor, era un vacío real:
ya no estaba su corazón.
Echaba en falta más cosas en su vida, en aquel apartamento
que ahora era un lugar frío. Faltaba una esencia, su esencia. Caminaba por los
pasillos desorientada, como quien llega a una ciudad por primera vez. Sentía el
agobio de quien se encuentra en una calle repleta de gente, pero estaba sola.
Caminaba con los ojos en el suelo, la mirada en la nada, la mente en todo. Cada
centímetro que recorría del que había sido su hogar era un centímetro de
olvido. Las imágenes, los recuerdos, todo iba desapareciendo como habían
desaparecido las cosas de quien ya no estaba allí. Centímetro a centímetro,
recuerdo a recuerdo, se alejaba de sí misma y se convertía en alguien a quien
no conocía.
Poco a poco fue asumiendo su nueva y gris realidad, su vacío
existencial, su falta de pulso después de que le hubieran arrancado el corazón.
No quiso creer a quien le dijo que sólo servía de repuestos para la gente, no
supo aceptar que la habían diseñado y no creado para servir a los demás. Se
había negado durante toda su vida a aceptar que era un androide, quería y creía
ser una persona y vivir como tal. Hasta aquel día, aquel día todo cambió.
Había vivido una mentira los últimos meses. No era lo mismo
mentirse a ella misma que alguien le hiciese creer que su mentira era verdad,
que era el mundo quien mentía al decirle que no era una persona, que merecía
vivir como lo que era y no entre esas cuatro paredes. Merecía ser querida. Y
ella lo creyó. Entregó su corazón a quien le había dado esperanzas, había leído
mil veces aquello en historias de amor y estaba segura de que esa era la
persona adecuada. Pero ella no era humana, y su corazón tenía otro tipo de
valor. Y él aquel día desapareció. Ya no despertó a su lado, ya no había
pruebas en el apartamento de lo que había nacido entre esas cuatro paredes. Ya
no había pruebas de la existencia de ninguno de los dos. Había sido utilizada,
engañada y lo peor de todo y lo que más le dolía: olvidada. Él se lo había
llevado todo y ni siquiera dijo adiós.